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NUESTRAS
TRADICIONES
EL GANADO
|
LAS
VAQUERIAS (1729)
CAYETANO
CATTANEO, S. J.
Verdad es
que todas las mencionadas campiñas están cubiertas de caballos y bueyes, cuya
multitud es inexplicable. En cuanto a los caballos diré sólo, que
mientras me encontraba en Buenos Aires, un indio de los que vienen de cuando en
cuando a comerciar en las ciudades de los españoles, trocó a un conocido mío
por un barril de aguardiente de 22 frascos, diez y ocho caballos, a cual mejor,
y fue pagarle bien por su belleza porque caballos se compran cuantos se quieren
por ocho a lo sumo diez paoli y el que no quiera gastar tanto, va algunas
leguas adentro del país, donde encuentra tropas inmensas sin dueño, bien que
por ser salvajes corren como un rayo, y cuesta mucho trabajo el tomarlos. Con
todo esto, es mucho mayor la multitud de bueyes, y lo podéis deducir viendo la
gran cantidad de pieles, que se envían a Europa, siendo ésta la única mercancía
del país. Las naves españolas cargan a su regreso cuarenta y cincuenta mil, y
muchas más de contrabando los ingleses y portugueses. Ahora sabed, que las
pieles de mercancía son solamente de toro y no basta cualquier cuero, sino que
debe ser de lea como ellos dicen, es decir, de medida, y el que no tiene la
prescripta lo desechan los mercaderes. Así que para enviar cincuenta mil pieles
a Europa matan ochenta mil toros, porque no todas las pieles son de medida. Y
una vez que los mataron, fuera del cuero, y a lo sumo de la lengua, que
utilizan, dejan todo lo demás.
Otros por
puro placer y sin necesidad van y matan millares de toros, vacas 5, terneros y
sacando sólo la lengua, abandonan todo el resto en el campo. Mayor estrago
hacen los que van a buscar grasa, que sirve aquí en lugar de aceite, tocino,
manteca, etc. Estos, hecha una copiosa mortandad de aquellos animales, sacan de
aquí y allí un poco de gordura, y cuando han cargado bien sus carros, se
vuelven sin cuidarse de lo demás. Mas en estas comarcas, el sebo no solamente
se usa sino que se lo despilfarra. No sé, ciertamente, cómo dejaría el aire de
infectarse quedando la carne de tantos animales despedazados, si no fuese por
ciertos cuervos de la forma y tamaño casi de un águila, y otras aves de rapiña,
que llaman caracarás (carancho), de la misma apariencia pero de diverso color,
que vienen en bandadas a devorarlo todo. Júntese a esto la matanza que se hace
para comer, siendo casi el único alimento; los estragos que hacen numerosos
tigres entre los terneros, y cuenta que peores aún son los leones (jaguares y
pumas), porque éstos no matan solamente por hambre como los tigres, sino por
diversión, de modo que por cada ternero que comen, matan diez o doce. Así es
que parece un prodigio que puedan subsistir en tan gran número, con tantos
enemigos que los persiguen. El sistema de que se valen para hacer en brevísimo
tiempo tantos estragos es el siguiente. Se dirigen en tropa a caballo hacia los
lugares en que saben se encuentran muchas bestias, llegados a aquellas campañas
completamente cubiertas, se dividen y empiezan a correr en medio de ellas,
armados de un instrumento, que consiste en un fierro cortante en forma de media
luna puesto en la punta de una asta, con el cual dan al toro un golpe en una
pata trasera, con tal destreza, que le cortan el nervio sobre la juntura; la
pata se encoje al instante, hasta que después de haber cojeado algunos pasos,
cae la bestia, sin poder enderezarse más; entonces siguen a toda la carrera del
caballo hiriendo otro toro o vaca, que apenas recibe el golpe queda
imposibilitado para huir. De este modo, dieciocho o veinte hombres solos
postran en una hora siete u ochocientos. Imaginaos entonces, cuántos,
prosiguiendo esta operación un día entero o más días.
Cuando
están saciados, se desmontan del caballo, reposan y se restauran un poco,
entretanto, al huir los ilesos, quedan por millares los volteados, sobre los
cuales se abalanzan a mansalva degollándolos, sacan la piel y el sebo, o la
lengua, abandonando el resto para servir de presa a los cuervos.
LAS
VAQUERIAS (1750)
Fray
PEDRO JOSÉ DE PARRAS
...Pasamos
mi compañero y yo a hacer tiempo a la estancia de don Antonio Rodríguez...
Detúveme en ella veinte días y no faltaba aquella diversión que puede ofrecer
el campo. Una de las mayores fue ver un día en una ensenada que hace el río,
encerradas diez y ocho mil yeguas, y más de la mitad de ellas con sus crías.
Habían recogido este ganado de todas las tierras de la estancia, que son siete
leguas, a fin de matar algunos caballos enteros (que por acá llaman baguales),
para que las yeguas con esta diligencia procreasen mulas, quedando con los
borricos. Con efecto, mataron en dos días, más de doscientos hermosísimos
caballos y vendieron cinco mil yeguas a dos reales y medio cada una. Tienen
poca estimación por la multitud que hay.
Vi también
en diversos días matar dos mil toros y novillos, para quitarles, sebo y grasa,
quedando la carne por los campos. El modo de matarlos es éste: montan seis o
más hombres a caballo, y dispuestos en semicírculo, cogen por delante
doscientos o más toros. En medio del semicírculo que forma la gente, se pone el
vaquero que ha de matarlos; éste tiene en la mano un asta de cuatro varas de
largo, en cuya punta está una media luna de acero de buen corte. Dispuestos
todos en esta forma, dan a los caballos carrera abierta en alcance de aquel
ganado. El vaquero va hiriendo con la media luna a la última res que queda en
la tropa; mas no le hiere como quiera, sino que al tiempo que el toro va a
sentar el pie en tierra, le toca con grandísima suavidad con la media luna en
el corvejón del pie, por sobre el codillo, y luego que el animal se siente
herido, cae en tierra, y sin que haya novedad en la carrera, pasa a herir a
otro con la misma destreza, y así los va pasando a todos, mientras el caballo
aguanta; de modo que yo he visto, en sólo una carrera (sin notar en el caballo
detención alguna), matar un solo hombre ciento ventisiete toros. Luego, más
despacio, deshacen el camino, y cada un peón queda a desollar el suyo, a los
que le pertenecen, quitando y estaqueando los cueros, que es la carga que de
este puerto llevan los navíos a España. Aprovechan, como se ha dicho, el sebo,
la grasa y las lenguas y queda lo demás por la campaña...
Las vaquerías
Hacia
1750, las vaquerías sin control estuvieron a punto de producir la extinción de
los animales. Entonces, las autoridades coloniales las prohibieron y el...
Lejos
de los centros poblados vagaba el ganado cimarrón (salvaje), descendiente de
los animales introducidos en la temprana conquista por Pedro de Mendoza, los
animales se desplazaban libres, sin marcas de propiedad en la fértil llanura
pampeana.
Debido
a que la disponibilidad de ganado cimarrón era suficiente, la cría no era
necesaria. El ganado era capturado en expediciones llamadas
"vaquerías", integradas por los pobladores rurales de a caballo que
usaban el lazo y las boleadoras. Estas expediciones debían enfrentar los
peligros de incursiones aborígenes, la intemperie y también el posible asedio
de animales del lugar, como los pumas.
El
ganado tenía múltiples utilidades económicas: se usaban las astas, la grasa de
sebo para hacer velas y el cuero, que se vendía a muy buen precio en el
exterior. También se extraía la carne, pero no en grandes cantidades porque no
había cómo mantenerla.